domingo, 22 de febrero de 2015

#hemeroteca #mayores | ¿Volver al armario? No, gracias


Imagen: Hanna Jarzabek
¿Volver al armario? No, gracias
Las primeras generaciones de gais, lesbianas y transexuales que lucharon por sus derechos se están jubilando. Tienen constancia de que muchos ancianos vuelven a ocultarse cuando necesitan cuidados y exigen servicios específicos.
Núria Marrón / Fotos: Hanna Jarzabek | El Periódico, 2015-02-22
http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/volver-armario-gracias-3958313

Lola tiene 64 años y ninguna de sus amigas más cercanas sabe que es transexual. «Siempre he sido muy femenina y el tema tampoco ha salido», dice. Qué quieren... Desde que con 14 años empezó a trabajar en un cabaret como cantante y bailarina, la discreción ha sido su aliada. Por pura superviviencia, enseguida intuyó que el vestido nunca debía ser demasiado chillón. Ni el peinado demasiado despampanante. Gracias a esa invisibilidad, cree, se ahorró la persecución durante el franquismo y el rosario de abusos que le han sobrevivido y que sí han sufrido muchas de sus amigas.

A diferencia de la mayoría de transexuales, Lola tampoco tuvo problemas ni en la mili ni con la familia. «La primera vez que fui con mi novio a visitar a mis padres, me encontré con una cama de matrimonio en mi antigua habitación. '¿Qué? -me soltó mi madre-. No dormiréis por separado, ¿no?'». A grandes trazos, Lola, que toma hormonas y no se ha operado, no inventaria grandes reveses en su vida. Sin embargo, hace dos años murió la pareja con la que había convivido durante más de cuatro décadas. Y entró, dice, en un «agujero negro». Al dolor de la pérdida se han sumado un montón de facturas que no sabe cómo pagar, un subsidio de apenas 426 euros, una jubilación inexistente -jamás cotizó por su trabajo en el mundo del espectáculo- y un puñado de preguntas sin respuestas claras. ¿Qué pasará cuando no se pueda hacer cargo de sí misma? ¿Quién la cuidará, si no tuvo hijos? Y, sobre todo: ¿será seguro para ella, esté en su propia casa o en una residencia, que a su alrededor descubran que su sexo es “otro” al esperado?

Formación e investigación
Estas y otras inquietudes que a un heterosexual jamás se le pasarían por la cabeza están entrando a grandes zancadas en el orden del día del colectivo LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales). Durante años, la vejez fue ignorada por la propia comunidad, en parte por su tendencia a glorificar la juventud y, sobre todo, porque durante décadas se centraron en las luchas por la equiparación de derechos. «Olvidar lo que puede padecer esta población es un suicidio», avisó ya en el 2002 la activista Beatriz Gimeno en uno de los primeros ensayos sobre la cuestión. Así que cuando las primeras generaciones que se zafaron del secretismo han empezado a jubilarse, han visto que el tráiler que anunciaba Gimeno era cierto: la tercera edad llegaba a paso ligero sin apenas investigación académica ni, por supuesto, políticas públicas específicas.

Que algo está cambiando, sin embargo, lo demuestra la aparición de fundaciones como Enllaç, que desde el 2008 da apoyo a personas mayores o en situaciones de vulnerabilidad. Esta entidad, junto con el Ayuntamiento de Barcelona, han puesto en marcha un grupo de trabajo e imparten formación especializada a cuidadores para que tengan en cuenta desde sus problemas específicos de salud hasta su fardo emocional.

Además, en colaboración con el Departamento de Trabajo Social de la Universitat de Barcelona, ultiman la primera investigación que se realiza en España sobre LGTB y tercera edad. El estudio radiografía al colectivo a partir de entrevistas a 245 personas mayores de 50 años del área de Barcelona, a las que se les ha preguntado por cuestiones que van desde la salud y la autonomía hasta los cuidados y la violencia. «Una de las conclusiones que emerge con más fuerza es que la mayor parte del colectivo quiere servicios específicos, siente que la atención que pueden recibir es poco respetuosa y temen que perder la autonomía les suponga una vuelta al armario», avanza el profesor e investigador Josep Maria Mesquida, del Grup de Recerca i Innovació en Treball Social, responsable del estudio.

En un país donde el cuidado de los padres dependientes recae en los hijos en más del 86% de los casos, los servicios de asistencia resultan vitales para esta comunidad, ya que muchos o no tuvieron descendientes o -aunque cada vez menos- los perdieron en el camino de reconocerse a sí mismos. La realidad, sin embargo, a menudo llega en forma de puñetazos. Hace años que el grupo Gais Positius denunció los insultos que algunas personas con VIH han recibido en los geriátricos por parte de otros usuarios, y que, en algún caso, había provocado que el afectado acabara refugiándose del clima hostil en un psiquiátrico. También se tiene constancia de algunas residencias que han negado la entrada a mayores seropositivos, amparándose en la normativa que limita el número de pacientes de enfermedades infecto-contagiosas.

El problema de la ocultación
La activista Paulina Blanco, una de las fundadoras de Enllaç, llega a la conversación con unos cuantos agravios más. Los ginecólogos, por ejemplo, siempre dan por supuesta la heterosexualidad y algunas instituciones -en las que por sistema se niega la sexualidad de la gente mayor- han llegado a separar a parejas. Epígrafe aparte, dice, merece el problema de la ocultación: «Una vez, fuimos a una residencia que acogía a más de 200 personas y cuando preguntamos cuántas personas LGTB había nos contestaron que ninguna. Nos echamos a reír. ¿Quién podía creerse eso? -recuerda la activista, de 65 años-. Se estima que entre el 3% y el 10% de la población es gay, pero la mayoría, al hacerse dependiente, lo esconde por miedo a ser rechazado, a que lo maltraten o le hagan el vacío, ya sea el personal o los propios usuarios.

Imagen: Hanna Jarzabek
Pako Boza: "Por fin ya puedo disfrutar del día a día"
http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/pako-boza-por-fin-puedo-disfrutar-del-dia-dia-3958307

Yo no quería ser homosexual. Y luché mucho por no serlo. Ya de muy joven me sentía un bicho raro, que un pecado grave anidaba en mí. Aquello me quemaba por dentro, y más aún por no poder hablarlo con nadie. Una semana antes de casarme, fui a ver a un cura que conocía de pequeño. «Esto es una barbaridad, no lo puedo hacer», le dije. Y él me contestó que no me preocupara, que con fuerza de voluntad lo conseguiría. Y entre que yo no quería ser como era y que la ilusión de mi vida era formar una familia, equivocadamente, le creí.

Pronto, sin embargo, me di cuenta de que mi cuerpo tenía su necesidad. Por entonces ya tenía un hijo, todo se había complicado y no sabía qué hacer. Iba pasando el tiempo y la bola era cada vez más grande. En mi cabeza pensaba que con hombres podía tener sexo, pero nunca amor. Sin embargo, a los 30 años me enamoré de un señor. Y la bomba... explotó.

Tras el divorcio, empecé a ser poco a poco cada vez más yo. Sin embargo, con mis hijos, que eran pequeños, tuve fases de encuentros y desencuentros. Imagínense, ¡enterarte con 12 años de que tu padre es gay! Debe de ser traumático. Afortunadamente, mi relación con mis hijas ya es fantástica. Con mi hijo mayor la cosa aún está un poco cuesta arriba. Para los chicos es un poco más complicado aceptar la homosexualidad masculina. Pero creo que en el futuro todo se arreglará. Seguro que sí.

Mi madre no quería que me divorciara. «De cara a la sociedad y al trabajo, estarás mejor visto si estás casado», me repetía. Y es verdad que entonces el matrimonio era como un certificado de garantía de que todo funcionaba de maravilla, ¿no? Yo le contesté que ya estaba cansado de mentir, pero lo cierto es que ella llevaba razón: por entonces trabajaba en un banco y tuve muchos problemas por ser gay. Jodidos íbamos.

¡Pero menuda liberación quitarme de encima aquel estrés de pensar continuamente cómo miraba y cómo actuaba para que “no se me notara”! Yo gesticulo mucho, parezco más italiano que español, y en aquella época me obligaba siempre a ir con las manos en los bolsillos. «Las mueves tanto que se te va a notar», me repetía. También me cuidaba de no cruzar las piernas al sentarme, cosa que me sale de forma natural. Cada cuatro palabras, decía un taco. Y de muy joven, empecé a fumar tabaco negro, creía que eso me hacía más hombre, hasta que un amigo me dijo: «Vigila cómo coges el cigarrillo». ¿Qué absurdo, no?

Ahora vivo en Cardedeu. Me mudé para estar cerca de mi hija. Y me lo pensé mucho. «Un pueblo», me repetía. ¿Y si le ocasionaba problemas a ella? ¿Y si volvían los comentarios? ¿Y si me convertía en la maricona del pueblo? En la universidad para la tercera edad escuché algún insulto homófobo, no a mí, pero fue desagradable. Aquí, sin embargo, todo es perfecto. La gente me respeta como soy y, además, hay mucha vida cultural. Doy clases de ganchillo en el casal a un grupo de señoras. Como podrán imaginar, no viene ningún hombre, pero digo yo que irá siendo hora ya de romper esquemas, ¿no?

A mí me ha costado mucho llegar hasta aquí y no volveré atrás de ninguna manera. El pasado, pasado está. Ahora por fin disfruto del día a día. ¡Es obvio que estamos mucho mejor que antes! Sin embargo, creo que aún etiquetamos mucho. Que si gay, que si lesbiana, que si hetero. ¿Por qué no hablamos de las personas? Yo soy Pako. Y soy gay, sí. Pero en primer lugar soy Pako.

Imagen: Hanna Jarzabek
Marià Trabal: "Me denunció mi padre por maricón"
http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/maria-trabal-denuncio-padre-por-maricon-3958301

Estuve casado. Y tengo dos hijas, pero perdí el contacto con ellas cuando me separé hace 20 años. Desde entonces vivo solo y ahora, con casi 88 años, me las apaño como puedo en este piso social. Voy a comprar solo. A la biblioteca solo. Y cocino y limpio solo. Alguna vez me veo con una prima. Pero cuando me operaron de un ojo, quienes me acompañaron fueron voluntarios de la Cruz Roja. No tengo ningún cuidador. Mi pensión de 426 euros apenas da para sobrevivir y, además, temo que venga alguien y no me sienta a gusto. Cuando vea mis pinturas e intuya que soy homosexual, ¿cómo reaccionará? Mucha gente aún piensa que ser gay es una cosa fea, y no podría vivir con eso en mi propia casa. Claro que me gustaría tener pareja, pero ya es tarde para mí: tengo la sensación de que me robaron la vida y que no pude hacer las cosas como habría querido.

La vergüenza y el miedo los recuerdo de siempre. De joven tuve novias, y me parecían dulces, pero siempre me sentí atraído por los chicos. Me esforcé mucho en apartar de mí ese fantasma. Tanto que, con 23 años, trabajando de publicista en un laboratorio, llegué a inyectarme un extracto testicular porque, imagínense, sentía que la homosexualidad superaba en mí a la heterosexualidad. No pensaba que estuviera enfermo, pero tenía miedo a que me descubrieran. Un día, durante el franquismo, la policía me pilló con un chico. Nos siguieron, nos detuvieron, y nos pidieron dinero. Si pagábamos, dijeron, no nos pasaría nada. Y así lo hice: estaba casado y me aterrorizaba que en casa se enterasen.

¿Que por qué me casé? Con 20 años me enamoré platónicamente de un chico con el que aún mantengo el contacto. Luego alterné hombres y mujeres, y finalmente dejé a las chicas de lado. No me decían nada. Pero la presión era asfixiante. «¿Cómo? ¿No tienes novia?», te decían ya a los 19 años. Y empezaba el runrún y el dedo acusador. Creo que mi madre nunca supo nada, pero cuando ella murió, en 1955, mi padre se ensañó. Una vez, en plena calle, me gritó: «¡Camina bien como un hombre!». Mis hermanos se casaron y me quedé en casa con él. Me escribía anónimos y llegó a denunciarme por comunista y maricón. Imagínense: ¡tuve que ir a declarara la policía! Después de eso me fui a vivir con mi hermano, que siempre se ha sentido avergonzado de mi homosexualidad, aunque nunca hayamos hablamos del tema. Y cuando gané una beca para estudiar inglés en Londres, huí.

Allí conocí a mi mujer, una italiana con la que me casé en 1960. Supongo que me pareció el atajo más corto para zanjar las habladurías. Duramos bastante, pero yo, lo reconozco, fui un mal marido. Al principio la cosa fue bien. Pero luego, lo poco de hombre macho y de jefe de familia que había en mí se acabó. Es la primera vez que lo digo tan claro. Fue un error mío y lo pagué. Hablaba en sueños y mi mujer se dio cuenta de qué pasaba. Me dijo que no lo comprendía, pero que hacía esfuerzos por tolerarlo. Aquello me hundió y nos separamos. Pero entonces ya era tarde para casi todo.

Me fui sin nada. Y me da igual, porque solo quería acabar. Ahora me siento libre, pero nunca hablo de mi sexualidad con parientes o amistades. Ellos ni siquiera se plantean que yo pueda ser homosexual y a veces hacen comentarios despectivos. ¿Qué por qué doy entonces este paso? No sé. Creo que un día me iré, pero que al menos mi voz se quedará aquí y, ojalá, contribuya a limpiar la mentalidad de la gente.

Imagen: Hanna Jarzabek
Maite Torres: "Mis vecinos no saben que soy lesbiana"
http://www.elperiodico.com/es/noticias/sociedad/maite-torres-mis-vecinos-saben-que-soy-lesbiana-3958300

“Me estás hablando como un chico lo hace a una chica”, me dijo un verano una muchacha. Yo había tenido algún noviete, pero mi atracción por las chicas había ido creciendo de forma natural. Siempre había sido rebelde, me subía por los tejados, por los árboles. «Machota», me llamaba mi madre. Con 16 años, viví mi primera historia homosexual. Luego llegaron otras. Con chicas. Con chicos. Y luego… luego llegó el convento.

Yo iba a un colegio de monjas y había una de la que estábamos enamoradas. Creo que esa fue la razón por la que entré. ¡Qué se yo! Tenía 18 años y solo pasé allí nueve meses. La comida era escasa, estaba mal cocinada y me dañó el estómago. Además, las reglas eran muy duras: pensaban que el fervor religioso pasaba por la humillación. Yo no estaba bien, y las religiosas decidieron que me fuera. Al poco logré la readmisión y, a los dos años, me fui a otra ciudad. Allí conocí a otra monja, esta vez de clausura, y decidí entrar de nuevo en un convento. Durante ocho años fui muy feliz. Pero me enamoré de mi madre maestra y los males volvieron. Algo en mi naturaleza no me dejaba estar allí. Con el psiquiatra no me sinceré porque jamás me quedaba a solas con él. El único que conocía mis «problemas» era mi confesor, que me repetía que me dominara. Y yo lo intentaba, pero de aquella lucha solo sacaba insomnio y dolores de cabeza. Al final me fui.

Lo pasé fatal. ¿Qué haría con mi vida? Encontré trabajo como enfermera y empecé un periodo tumultuoso con experiencias bisexuales. Me quedé embarazada y arreglé un matrimonio con un señor con dos hijos. La cosa fue mal. A mí él me resultaba desagradable y era violento. Yo intentaba ser perfecta y, durante años, me sumí de nuevo en la lucha. Hasta que una Navidad no pude más. Mi hijo, de 9 años, mi hija, de 8, y yo nos fuimos de allí en bicicleta. «Papá y yo siempre hemos sabido que eras diferente», me escribió al poco mi madre. Qué alivio. Con ella, todo estaba bien. A mi hijo, en cambio, le costó un poco más, aunque ahora puede hablar del tema abiertamente.

Las cosas no eran fáciles. Cuando conocí a Rosa, que también tenía hijos, me enamoré y formamos una gran familia. Durante 14 años fuimos muy felices. Trabajamos muy duro y nos hacíamos pasar por primas, pero en el barrio supongo que se daban cuenta. A veces llamaban por teléfono y gritaban: «¡Tortillera, asquerosa, lesbiana!». La única preocupación era el trabajo. Las dos éramos cuidadoras y temíamos perderlo. ¿Cómo sacaríamos adelante a los niños? Pero como nosotras había muchas. Entonces se consideraba que solo el hombre tenía sexualidad y, de alguna manera, podíamos disfrutar de esa libertad de ser invisibles.

Con Rosa aún somos amigas, vamos juntas de vacaciones y a las reuniones cristianas LGTB. Sin embargo, los secretos han vuelto. En los apartamentos para mayores donde vivo no le he dicho a nadie que soy lesbiana. ¡Aún hay mucha gente que nos ve como a tigresas asalta-mujeres! Eso me hace sentir sola, pero mis vecinos no lo entenderían. Aquí hay una mujer a la que, por llevar pantalones, le llaman «la lesbiana». Ni idea de si lo es, pero ojalá viniera un día y me dijera: «Maite, que soy así». ¡Qué alegría me llevaría! 

DOCUMENTACIÓN
Fotoreportaje “Flores de otoño” publicado en “El Periódico”
Hanna Jarzabek, 2015-02-25

https://hannajarzabek.wordpress.com/2015/02/25/fotoreportaje-flores-de-otono-publicado-en-el-periodico/
El hombre llamado Flor de otoño
Hanna Jarzabek, 2015-02-10
https://hannajarzabek.wordpress.com/2015/02/10/el-hombre-llamado-flor-de-otono/
“Flores de otoño” y otros proyectos – BTV, Barcelona
Hanna Jarzabek, 2015-01-27
https://hannajarzabek.wordpress.com/2015/01/27/flores-de-otono-y-otros-proyectos-btv-barcelona/
La exposición de “Flores de otoño” se acerca: proyecto sobre personas LGTB mayores
Hanna Jarzabek, 2014-11-14

https://hannajarzabek.wordpress.com/2014/11/14/la-exposicion-de-flores-de-otono-se-acerca-proyecto-sobre-personas-lgtb-mayores/
>
ENLACES
Centre Civic Jardins de la Pau | Hanna Jarzabek · Las Invisibles

http://imatge.ccjardinspau.org/las-invisibles/
Fundació Enllaç
http://www.fundacioenllac.cat/

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.